La danza árabe no tiene edad
“Yo quisiera bailar, pero es que ya estoy muy vieja para eso…”
“¿Y hasta que edad uno puede bailar danza árabe? Seguro que eso es para las pavitas…”
Nos complace informarte que la danza árabe no tiene edad. Para practicar esta hermosa disciplina no hace falta tener 15 ó 20 años, tener un cuerpo 90-60-90 o tener experiencia en ésta u otras danzas. Cualquier mujer puede practicarla. Solo hacen falta las ganas y la disposición.
La práctica de las danzas árabes lleva a disfrutar de maravillosos beneficios físicos y psicológicos, como por ejemplo el mejoramiento de la circulación sanguínea, debido a que al activar el cuerpo y sus articulaciones, se liberan las vías de circulación de la sangre y ésta fluye con mayor facilidad. Asimismo, mejora el tránsito intestinal, porque la bailarina logra practicar automasajes en diversas zonas del cuerpo, entre las que destaca la zona lumbar y del vientre. Asociada al trabajo en esta última zona, se observa también disminución de los dolores menstruales.
Otro de los beneficios de los que podemos disfrutar las mujeres al practicar la danza del vientre es el mejoramiento de la postura, brindando mejor apoyo a la columna vertebral y por ende, al resto del cuerpo. Al modificar positivamente nuestra postura, caminamos mejor (logrando disminuir molestias en las rodillas y/o la espalda por caminar con una postura inadecuada) y nos sentimos mejor, dueñas de cada paso que damos y del rumbo que llevamos, con la mirada al frente y orgullosas de lo que somos.
A nivel psicológico, se logra la relajación de las tensiones y el aumento en la sensibilidad que conecta con la feminidad; adicionalmente se observa un aumento en los niveles de bienestar psicológico general, un replanteamiento del placer (existe una percepción diferente de las implicaciones del trabajo) y un cambio en la percepción subjetiva de la imagen corporal.
Adicionalmente, tanto a niñas como a adultas nos ayuda a tener un mayor equilibrio al movernos en el espacio, nos ayuda a ubicarnos espacialmente, a practicar la coordinación motora, desarrolla la creatividad y nos permite conocer y apreciar nuestro propio cuerpo y saber exactamente qué podemos hacer con él.
Así que a fin de cuentas, tengamos 5 ó 90 años… no hay razones para perderse todos estos beneficios. La danza árabe no tiene edad… bailemos hasta que el cuerpo aguante ;)
Mariana.
miércoles, 26 de agosto de 2009
miércoles, 12 de agosto de 2009
Un día con Lucy
De las páginas de un libro salió su nombre: Lucylegnys. Aunque no recuerda cuál fue la obra en cuestión, sí sabe que fue su papá quien lo escogió. Ella, sin embargo, prefiere acortarlo por la dificultad que tienen algunas personas en pronunciarlo completo: “Eso me pasa desde muy pequeña”, comenta. Son las 6:15 am. Suena el despertador. Luego de un estirón y de un par de vueltas en la cama, comienza el día de Lucy. Comienza con energía, quizás por el sustancioso desayuno que toma antes de iniciar la jornada, normalmente compuesto por una arepa o dos empanadas y el respectivo jugo natural. Hace unos cuatro años ese despertador debía sonar mucho antes, pues Lucy vivía en Guarenas y le tomaba al menos dos horas llegar a su lugar de trabajo.
Su oficina está situada en uno de los pisos más altos de la torre de una entidad bancaria de prestigio en el país. Lucy es licenciada en Computación: “Trabajo en la gerencia de mercadeo, en la coordinación CRM Operacional”, término que se relaciona con la gestión de datos de los clientes de la institución. Cerca de diez personas conforman la unidad en la que labora, con quienes dice mantener una relación bastante cordial.
Sus almuerzos los toma dentro de la misma torre, en la que los empleados gozan de un comedor que ofrece buena comida a precios bastante económicos: “De entrada me como una sopa, luego generalmente selecciono pollo a la plancha como plato fuerte, dependiendo del menú, acompañado preferiblemente de arroz, que me encanta, con ensalada o plátanos”.
Son las 4:30 pm, hora en la que termina su jornada en el banco y, aunque muchas veces tiene que quedarse unos minutos –u horas– más terminando alguna labor, procura salir muy rápido para llegar a tiempo a lo que es otra de sus pasiones: Musherrah. A las 6 pm comenzará el curso que imparte y, si la cola caraqueña o la lluvia repentina no lo impiden, llegará justo a tiempo para entrar al salón, cambiar en cinco segundo los tacones y la camisa de mangas por un top y un caderín, y empezar a mover las caderas junto a sus alumnas: “Dar clases me relaja mucho y siento que cada día voy enriqueciendo mis conocimientos en esta danza. Disfruto muchísimo compartir con mis dos socias y con las alumnas, me hacen sentir en mi propia casa, en familia”.
Son las 11:30 pm, hora en la que Lucy, al fin, descansa su cabeza sobre una almohada y ora un poco: “Le doy gracias a Dios todos los días”. Ahora toca descansar, mañana será otro día.
De las páginas de un libro salió su nombre: Lucylegnys. Aunque no recuerda cuál fue la obra en cuestión, sí sabe que fue su papá quien lo escogió. Ella, sin embargo, prefiere acortarlo por la dificultad que tienen algunas personas en pronunciarlo completo: “Eso me pasa desde muy pequeña”, comenta. Son las 6:15 am. Suena el despertador. Luego de un estirón y de un par de vueltas en la cama, comienza el día de Lucy. Comienza con energía, quizás por el sustancioso desayuno que toma antes de iniciar la jornada, normalmente compuesto por una arepa o dos empanadas y el respectivo jugo natural. Hace unos cuatro años ese despertador debía sonar mucho antes, pues Lucy vivía en Guarenas y le tomaba al menos dos horas llegar a su lugar de trabajo.
Su oficina está situada en uno de los pisos más altos de la torre de una entidad bancaria de prestigio en el país. Lucy es licenciada en Computación: “Trabajo en la gerencia de mercadeo, en la coordinación CRM Operacional”, término que se relaciona con la gestión de datos de los clientes de la institución. Cerca de diez personas conforman la unidad en la que labora, con quienes dice mantener una relación bastante cordial.
Sus almuerzos los toma dentro de la misma torre, en la que los empleados gozan de un comedor que ofrece buena comida a precios bastante económicos: “De entrada me como una sopa, luego generalmente selecciono pollo a la plancha como plato fuerte, dependiendo del menú, acompañado preferiblemente de arroz, que me encanta, con ensalada o plátanos”.
Son las 4:30 pm, hora en la que termina su jornada en el banco y, aunque muchas veces tiene que quedarse unos minutos –u horas– más terminando alguna labor, procura salir muy rápido para llegar a tiempo a lo que es otra de sus pasiones: Musherrah. A las 6 pm comenzará el curso que imparte y, si la cola caraqueña o la lluvia repentina no lo impiden, llegará justo a tiempo para entrar al salón, cambiar en cinco segundo los tacones y la camisa de mangas por un top y un caderín, y empezar a mover las caderas junto a sus alumnas: “Dar clases me relaja mucho y siento que cada día voy enriqueciendo mis conocimientos en esta danza. Disfruto muchísimo compartir con mis dos socias y con las alumnas, me hacen sentir en mi propia casa, en familia”.
Son las 11:30 pm, hora en la que Lucy, al fin, descansa su cabeza sobre una almohada y ora un poco: “Le doy gracias a Dios todos los días”. Ahora toca descansar, mañana será otro día.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)